En el ferry rumbo a Marruecos
Nosotros –comenta Óscar- que íbamos detrás de él por si le volvía a pasar algo, veíamos salir una nube negra de su tubo de escape. Era la solución que nos dio y funcionó. Al principio te planteas que hacer, si para o segur, pero como la cosa iba bien, tiramos para delante. Al ir tan despacio, la jornada se nos hizo interminable. A mitad de camino paramos a cenar y nos pusimos las botas, pero antes de cenar, nos surgió un problema que, de alguna manera teníamos presente que nos sucedería en Marruecos. La autonomía. Cinco litros más la reserva, con dos encima, calculamos que nos daría para hacer 120 km más o menos. El caso es que levábamos un bidón, pero no contábamos que en Portugal no hubiese una gasolinera cada pocos kilómetros. Cogimos un ferry en Setúbal, nos deja en el otro lado y la sorpresa es que no había nada. Cuando ya nos veíamos tirados, cayendo la noche, encontramos una especie de cortijo donde un señor nos vendió 10 litros. Estábamos escarallados, pero como decidimos parar a cenar, se nos cambió por completo el ánimo. Y aunque seguíamos circulando despacio, no sé si fue por el vino o por tener el estómago lleno, afrontamos el trayecto que nos quedaba con otra cara.
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En el ferry rumbo a Marruecos
Nosotros –comenta Óscar- que íbamos detrás de él por si le volvía a pasar algo, veíamos salir una nube negra de su tubo de escape. Era la solución que nos dio y funcionó. Al principio te planteas que hacer, si para o segur, pero como la cosa iba bien, tiramos para delante. Al ir tan despacio, la jornada se nos hizo interminable. A mitad de camino paramos a cenar y nos pusimos las botas, pero antes de cenar, nos surgió un problema que, de alguna manera teníamos presente que nos sucedería en Marruecos. La autonomía. Cinco litros más la reserva, con dos encima, calculamos que nos daría para hacer 120 km más o menos. El caso es que levábamos un bidón, pero no contábamos que en Portugal no hubiese una gasolinera cada pocos kilómetros. Cogimos un ferry en Setúbal, nos deja en el otro lado y la sorpresa es que no había nada. Cuando ya nos veíamos tirados, cayendo la noche, encontramos una especie de cortijo donde un señor nos vendió 10 litros. Estábamos escarallados, pero como decidimos parar a cenar, se nos cambió por completo el ánimo. Y aunque seguíamos circulando despacio, no sé si fue por el vino o por tener el estómago lleno, afrontamos el trayecto que nos quedaba con otra cara.
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