César Bonilla el alquimista de churros y patatas
José Carlos Capel, Presidente de Madrid Fusión, después de probar los churros y patatas de nuestro protagonista, afirmó que "César Bonilla había dado con el secreto de la eterna juventud en la mesa”. Personalmente, no creo que haya firmado nigún acuerdo con el diablo, pero lo cierto es que César rebosa vitalidad. No solo en su mirada, si no también en cada una de sus palabras y gestos. Es de los que ven siempre el vaso medio lleno. De los que militan a pies puntillas aquel lema del recientemente fallecido Andrés Montes: "la vida puede ser maravillosa". Andrés fue otro de sus ilustres clientes que maravillado con los churros, los tildó de "caviar iraní". Y que además, acuñó en su particular repertorio aquella coletilla de "Bonilla a la vistaaaaaa", cada vez que Stockton, Malone, Jordan y compañía, fallaban de manera estrepitosa un sencillo tiro a canasta. Pero César tiene una debilidad: sus patatas fritas (o "patatillas" como las llamamos en Vigo). Lo que muy pocos saben es que durante tres décadas, sus doradas y crujientes patatas, dejaron de producirse.
P. César, ¿Cómo empezó todo?
R. "A ver, por donde empiezo. En las fiestas de Agosto de Ferrol, mis padres cerraban todo el mes la churrería para abrir un puesto en la Plaza de Armas. Fíjate. Mi madre y mi padre. Mi padre fueron 17 hermanos. ¡Qué tiempos! Mi padre siempre iba impecable. A mí sin embargo me gusta más vestir sport. Al fin y al cabo, lo importante es lo que uno lleva dentro. Mi padre se jubiló de la Marina en el año 1932. Tenía catorce trajes en el armario, cien corbatas… si te fijas, las mesas eran de pie de hierro y con mármol. Se jugaba la partida, al dominó… A partir de ahí, fuimos creciendo. Además de la churrería, tuvimos un hotel en el muelle. En aquellos tiempos nos hicieron quitar lo de “Hotel” porque era una palabra inglesa, y hubo que ponerle “Casa Bonilla”. También tuvimos un café de verano. El “café Bar Alameda” situado en el Cantón. Al lado del palco de la música. Poníamos 150 mesas. Traíamos orquestas y cantantes de Madrid para amenizar las veladas. Al acabar, cantábamos una especie de “himno” como broche final, con el que la gente empezaba a levantarse y marcharse. Decía sí: “El café bar Alameda, es un lugar concurrido, donde el público se queda, satisfecho y complacido. El buen Bonilla a la vista - mi padre-, del mostrador está al frente, su simpatía conquista, al distinguido cliente” . Llegamos a tener 19 empleados y a pesar de todo, las cosas no nos fueron bien. Nos tuvieron que dejar un camión para trasladar las pocas pertenencias que teníamos. En Coruña empezamos de cero y arruinados. En el año 1949. Con una mano delante y otra detrás".
En un momento dado, César sacó de una carpeta varias fotos y recortes. En uno de ellas aparece disfrazado de Percebe. También un artículo de prensa en el que se puede ver a Amancio Ortega comiendo una bolsa de sus patatas. "El artículo decía que iba a hacerse con el control de mi fábrica. Nos reímos mucho con esto". Antes hacía pesca submarina y navegaba en vela. Ahora llegado el verano bajo con el barco hasta la ría de Aldán. Por allí también atraca Amancio. Es un buen amigo. Le llevo tres años. Siempre que nos vemos me pregunta… ¿Pero tú cuántos años tienes? Te sigo llevando tres, siempre le respondo. Ahora que tanto se habla del I+D, nosotros repartíamos las patatas en latas porque no había otros envases. Estuvimos hasta el año 58 haciendo patatas en el Orzán. Yo tenía un amigo que era el de la Artística, que hacía latas para todas las fábricas de conserva. Tenía unas latas de un kilo, en las que cabían 24 litros. Las llamaban "las petroleras". Eran las que se llenaban con la grasa para los barcos. Entonces le dije si me podría hacer unas para envasar las patatas. Y nos las hizo".
"De aquella no había litografía y les pegábamos unas etiquetas de la imprenta “Roel”. Las latas llevaban cuatro etiquetas. Una en cada cara. Teníamos 360 latas por toda la Coruña. En la guzzi llevaba 10 latas en una especie de cesto trasero hecho a medida. Y en ocasiones, hasta 12. Ponía una extra en el tanque de la gasolina y otra encima, que sujetaba con mi mentón. Llegaba a una cervecería, por ejemplo... a Otero y le preguntaba: ¿Otero cuantas te dejo? Déjame dos. Le dejaba dos y le recogía las vacías. Llegó un momento que abrimos en la calle Galera. Fue un boom de las churrerías. Los locales estaban a reventar. Como no vendíamos alcohol, trabajábamos las 24 horas. Y un buen día mi padre dijo que había que dejar las patatas. Fue como si me clavasen un cuchillo en el corazón. "Pero papá, si no damos abasto. César, eso no da dinero". Yo me quedaba noches enteras friendo patatas en fogones de carbón de coco que los cogía en la fábrica del gas de La Coruña. Y con dos peroles, que se quitaban a mano, friendo patatas toda la noche. Siempre en aceite de oliva. Por la mañana bajaba mi madre con mi mujer. A envasar en esas latas de un kilo y venga a repartir. Luego también se hacían paquetes a mano de 12 unidades por lata. Llegábamos a la cervecería de Estrella Galicia en Cuatro Caminos y allí dejábamos las bolsas".
P. A base de pasarte toda la noche friendo patatas, las has elevado a otra categoría. Porque para hacer patatas... ¿Se necesitan solo tres ingredientes patatas, aceite, sal... o te guardas algún secreto?
R. No es porque yo lo diga, pero como las de las latas, no hay patatas. Aquí en Sabón también las frío con aceite de oliva, como antaño. Cuando abrí esta fábrica, me dijeron que tardaría tres meses en cerrarlo todo. La gente no se da cuenta que el aceite de oliva no se evapora. Les da ese sabor especial que dura hasta el último suspiro. Y si lo limpias y lo cuidas… pasa igual con los churros. Además, somos los únicos que las salamos con sal marina. A nosotros no se nos pone húmeda la patata. Las latas no las vendemos, nos las compran. No hay que promocionarlas. Cuando las pruebas, es como el que anda en vespa y no quiere otra moto. Igual. Las latas recibieron muchas críticas. Me decían “tú estás loco, parecen latas de pintura” pero su calidad se impuso en el mercado. Ahora estamos en Estados Unidos, Londres y en París… las llevan para las tiendas delicatesen. Como te dije antes, lo que llevas dentro es lo que más importa. El último sitio al que hemos mandado patatas es a Japón.
P. ¿Y cuando apareció la Vespa en tu vida, César?
R. Primero repartía en bicicleta. Después como te comenté en la Guzzi y últimamente en la vespa. La vespa la usaba para todo. Después anduve con los del Vespa Club La Coruña. Tanto, que tenía “el lado de estribor” -como yo digo- gastado de tocar en el suelo. Antes el cárter era de aluminio, ahora no sé como son. Pues lo tenía gastado. Hacíamos bastantes diabluras con la moto. Un día de mucho calor, me reventó la rueda. La tenía muy cascada y sin dibujo. Venía de pescar donde ahora está el puerto exterior. El paquete y yo salimos volando. Yo por los cuernos de la moto hasta acabar en la cuneta. Al cabo de un rato apareció una gente que nos socorrió. Nos pusieron una manta entera con alcohol porque teníamos todo el cuerpo magullado. Cuando volvimos a por la moto el pescado estaba seco del calor que hacía. Si no tenías una vespa, no podías salir por ahí a ver cosas. Ya viste la la foto que tenemos delante del Castillo de La Mota, o la de la Carrera del Pavo, la de las gimcanas...
En otra ocasión, volviendo de Zamora, nos cogió una de esas tormentas castellanas. En la recta de Toro, para coger la nacional VI dirección Madrid. El agua nos pisaba los talones. Nosotros acelerando, acelerando… sentíamos el agua detrás, pero no nos cogió. Nos salvamos por correr a toda velocidad por aquella recta. Con mi mujer Lolita, hicimos camping. Con una tela y dos palos. Sin suelo, ni doble techo, ni nada. Llegabas tan escojonado, que dormías en la punta de un palo.
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César Bonilla el alquimista de churros y patatas
José Carlos Capel, Presidente de Madrid Fusión, después de probar los churros y patatas de nuestro protagonista, afirmó que "César Bonilla había dado con el secreto de la eterna juventud en la mesa”. Personalmente, no creo que haya firmado nigún acuerdo con el diablo, pero lo cierto es que César rebosa vitalidad. No solo en su mirada, si no también en cada una de sus palabras y gestos. Es de los que ven siempre el vaso medio lleno. De los que militan a pies puntillas aquel lema del recientemente fallecido Andrés Montes: "la vida puede ser maravillosa". Andrés fue otro de sus ilustres clientes que maravillado con los churros, los tildó de "caviar iraní". Y que además, acuñó en su particular repertorio aquella coletilla de "Bonilla a la vistaaaaaa", cada vez que Stockton, Malone, Jordan y compañía, fallaban de manera estrepitosa un sencillo tiro a canasta. Pero César tiene una debilidad: sus patatas fritas (o "patatillas" como las llamamos en Vigo). Lo que muy pocos saben es que durante tres décadas, sus doradas y crujientes patatas, dejaron de producirse.
P. César, ¿Cómo empezó todo?
R. "A ver, por donde empiezo. En las fiestas de Agosto de Ferrol, mis padres cerraban todo el mes la churrería para abrir un puesto en la Plaza de Armas. Fíjate. Mi madre y mi padre. Mi padre fueron 17 hermanos. ¡Qué tiempos! Mi padre siempre iba impecable. A mí sin embargo me gusta más vestir sport. Al fin y al cabo, lo importante es lo que uno lleva dentro. Mi padre se jubiló de la Marina en el año 1932. Tenía catorce trajes en el armario, cien corbatas… si te fijas, las mesas eran de pie de hierro y con mármol. Se jugaba la partida, al dominó… A partir de ahí, fuimos creciendo. Además de la churrería, tuvimos un hotel en el muelle. En aquellos tiempos nos hicieron quitar lo de “Hotel” porque era una palabra inglesa, y hubo que ponerle “Casa Bonilla”. También tuvimos un café de verano. El “café Bar Alameda” situado en el Cantón. Al lado del palco de la música. Poníamos 150 mesas. Traíamos orquestas y cantantes de Madrid para amenizar las veladas. Al acabar, cantábamos una especie de “himno” como broche final, con el que la gente empezaba a levantarse y marcharse. Decía sí: “El café bar Alameda, es un lugar concurrido, donde el público se queda, satisfecho y complacido. El buen Bonilla a la vista - mi padre-, del mostrador está al frente, su simpatía conquista, al distinguido cliente” . Llegamos a tener 19 empleados y a pesar de todo, las cosas no nos fueron bien. Nos tuvieron que dejar un camión para trasladar las pocas pertenencias que teníamos. En Coruña empezamos de cero y arruinados. En el año 1949. Con una mano delante y otra detrás".
En un momento dado, César sacó de una carpeta varias fotos y recortes. En uno de ellas aparece disfrazado de Percebe. También un artículo de prensa en el que se puede ver a Amancio Ortega comiendo una bolsa de sus patatas. "El artículo decía que iba a hacerse con el control de mi fábrica. Nos reímos mucho con esto". Antes hacía pesca submarina y navegaba en vela. Ahora llegado el verano bajo con el barco hasta la ría de Aldán. Por allí también atraca Amancio. Es un buen amigo. Le llevo tres años. Siempre que nos vemos me pregunta… ¿Pero tú cuántos años tienes? Te sigo llevando tres, siempre le respondo. Ahora que tanto se habla del I+D, nosotros repartíamos las patatas en latas porque no había otros envases. Estuvimos hasta el año 58 haciendo patatas en el Orzán. Yo tenía un amigo que era el de la Artística, que hacía latas para todas las fábricas de conserva. Tenía unas latas de un kilo, en las que cabían 24 litros. Las llamaban "las petroleras". Eran las que se llenaban con la grasa para los barcos. Entonces le dije si me podría hacer unas para envasar las patatas. Y nos las hizo".
"De aquella no había litografía y les pegábamos unas etiquetas de la imprenta “Roel”. Las latas llevaban cuatro etiquetas. Una en cada cara. Teníamos 360 latas por toda la Coruña. En la guzzi llevaba 10 latas en una especie de cesto trasero hecho a medida. Y en ocasiones, hasta 12. Ponía una extra en el tanque de la gasolina y otra encima, que sujetaba con mi mentón. Llegaba a una cervecería, por ejemplo... a Otero y le preguntaba: ¿Otero cuantas te dejo? Déjame dos. Le dejaba dos y le recogía las vacías. Llegó un momento que abrimos en la calle Galera. Fue un boom de las churrerías. Los locales estaban a reventar. Como no vendíamos alcohol, trabajábamos las 24 horas. Y un buen día mi padre dijo que había que dejar las patatas. Fue como si me clavasen un cuchillo en el corazón. "Pero papá, si no damos abasto. César, eso no da dinero". Yo me quedaba noches enteras friendo patatas en fogones de carbón de coco que los cogía en la fábrica del gas de La Coruña. Y con dos peroles, que se quitaban a mano, friendo patatas toda la noche. Siempre en aceite de oliva. Por la mañana bajaba mi madre con mi mujer. A envasar en esas latas de un kilo y venga a repartir. Luego también se hacían paquetes a mano de 12 unidades por lata. Llegábamos a la cervecería de Estrella Galicia en Cuatro Caminos y allí dejábamos las bolsas".
P. A base de pasarte toda la noche friendo patatas, las has elevado a otra categoría. Porque para hacer patatas... ¿Se necesitan solo tres ingredientes patatas, aceite, sal... o te guardas algún secreto?
R. No es porque yo lo diga, pero como las de las latas, no hay patatas. Aquí en Sabón también las frío con aceite de oliva, como antaño. Cuando abrí esta fábrica, me dijeron que tardaría tres meses en cerrarlo todo. La gente no se da cuenta que el aceite de oliva no se evapora. Les da ese sabor especial que dura hasta el último suspiro. Y si lo limpias y lo cuidas… pasa igual con los churros. Además, somos los únicos que las salamos con sal marina. A nosotros no se nos pone húmeda la patata. Las latas no las vendemos, nos las compran. No hay que promocionarlas. Cuando las pruebas, es como el que anda en vespa y no quiere otra moto. Igual. Las latas recibieron muchas críticas. Me decían “tú estás loco, parecen latas de pintura” pero su calidad se impuso en el mercado. Ahora estamos en Estados Unidos, Londres y en París… las llevan para las tiendas delicatesen. Como te dije antes, lo que llevas dentro es lo que más importa. El último sitio al que hemos mandado patatas es a Japón.
P. ¿Y cuando apareció la Vespa en tu vida, César?
R. Primero repartía en bicicleta. Después como te comenté en la Guzzi y últimamente en la vespa. La vespa la usaba para todo. Después anduve con los del Vespa Club La Coruña. Tanto, que tenía “el lado de estribor” -como yo digo- gastado de tocar en el suelo. Antes el cárter era de aluminio, ahora no sé como son. Pues lo tenía gastado. Hacíamos bastantes diabluras con la moto. Un día de mucho calor, me reventó la rueda. La tenía muy cascada y sin dibujo. Venía de pescar donde ahora está el puerto exterior. El paquete y yo salimos volando. Yo por los cuernos de la moto hasta acabar en la cuneta. Al cabo de un rato apareció una gente que nos socorrió. Nos pusieron una manta entera con alcohol porque teníamos todo el cuerpo magullado. Cuando volvimos a por la moto el pescado estaba seco del calor que hacía. Si no tenías una vespa, no podías salir por ahí a ver cosas. Ya viste la la foto que tenemos delante del Castillo de La Mota, o la de la Carrera del Pavo, la de las gimcanas...
En otra ocasión, volviendo de Zamora, nos cogió una de esas tormentas castellanas. En la recta de Toro, para coger la nacional VI dirección Madrid. El agua nos pisaba los talones. Nosotros acelerando, acelerando… sentíamos el agua detrás, pero no nos cogió. Nos salvamos por correr a toda velocidad por aquella recta. Con mi mujer Lolita, hicimos camping. Con una tela y dos palos. Sin suelo, ni doble techo, ni nada. Llegabas tan escojonado, que dormías en la punta de un palo.
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