La Vespa de José, una moto llena de recuerdos
Aqui os dejamos, la foto y la historia titulada “La Vespa de José”, por Manuel Jabois, periodista del Diario de Pontevedra. Jabois, a través de Nacho Mirás Fole (Rabudo) nos acerca la historia de la moto y de su dueño, escrita de su puño y letra, y publicada en el periódico en el que trabaja. Gracias, Chavales!.
"La Vespa de José.
A principios de los años 60 había tres Vespas en Pardavila (Marín). Eran tres ciclomotores idénticos, de color verde primavera. La única diferencia era el potencial: la Vespa de José Crespo González fue de las primeras en tener 150 centímetros cúbicos. Entonces en Pardavila las carreteras eran caminos de tierra. “Bajas por ahí, y tú ya sabes que de joven te gusta la velocidad, tiene su cosa...”, murmura José, señalando un punto inconcreto del paisaje. Hoy, a unos pocos meses de su jubilación, José piensa desenterrar su Vespa y volver, de alguna manera, a ser joven.
Cuando tenía 16 años José Crespo González le pidió a sus padres un ciclomotor. No un ciclomotor cualquiera: se trataba de una señora Vespa. Era el año 1962 y José Crespo pronto tuvo su regalo. Costó algo más de 21.000 pesetas (“pero no llegaba a las 22.000“, matiza con una memoria prodigiosa). Fue en esa época más o menos cuando él empezó a trabajar precisamente en un taller de mecánica. “Sabía de esto y no me costó aprender a manejar la moto“. Fue ese trabajo el que finalmente desempeñaría en su vida José, pero no en tierra firme. Dos años después de tener la Vespa se embarcó a Terranova en una sala de máquinas. Y desde entonces hasta hace sólo un mes, cuando echó el ancla. Dentro de unos meses llegará la jubilación. Y entonces volverá la vista a la vieja Vespa. “Tanto tiempo después es una verdadera reliquia. La última vez que me fui embarcado ya me llevé unas piezas de la moto para prepararlas, las torneé, y ya aquí le cambiaré el motor y la pintaré. Quiero recuperarla“, cuenta. Cuando la tuvo, a principios de aquella década que volcó el siglo, había sólo dos Vespas más en Pardavila: una de otro José Crespo y una más de Ignacio (“no recuerdo el apellido“, se disculpa). Las tres eran del mismo color.
No era un asunto menor montar en Vespa entonces. “En aquella época tener aquella moto era mucho más que ahora tener un coche. Hoy todo el mundo tiene un coche: los jóvenes, me refiero. Entonces era otra cosa“. Y así fue cómo con 16 años José se montó en una Vespa. Pudo haber sido la sensación de las mujeres, pero, humilde, sonríe despacio y dice que “no soy mucho de ligar“. “Me casé pronto, con 21 años“, explica a modo de disculpa. ¿Para que se usaba entonces una Vespa? Para muchas cosas. Ir a un baile, a las fiestas del pueblo de al lado, a un recado. Además, la Vespa de José fue pionera en algunas cosas: ya incorporaba batería, y tenía luces de posición. Y corría, vaya si corría. “Cuando eres joven te gusta la velocidad, y claro. Mira esa cuesta, y para bajarla...“, comenta con deleite mirando a la ventana. Tanto la Vespa como él tuvieron sus más y sus menos en el asfalto, pero nunca, “nunca, nunca“, le dejó tirado. “Es una moto que jamás te deja tirado en una carretera. Es muy fiable. Y si pinchas, ahí tienes una rueda de repuesto“, dice con un orgullo repentino.
Aún así, hubo alguna caída que otra. “Y algún siete en un pantalón me tengo hecho“, confiesa. Cuando pasan unos minutos y la charla parece agotarse, José se levanta y trae un trofeo pequeño, un poco destartalado (“le falta la madera“): lo ganó en el año 1965 durante una gimkana motorista en Marín. “Consistía en varias pruebas: tenías que hacer un sorteo de obstáculos, pasar por un trampolín, llevar un vaso de agua de una bandeja a otra montado en la moto sin que se derrame nada y, finalmente, dejar la moto en un trípode, coger una escopeta y dispararle a un globo“. José lo hizo mejor que nadie, y se llevó un trofeo.
En pocas fechas José desenterrará su Vespa. Con 60 años él, 44 la Vespa. Al jubilarse, tendrá tiempo para recuperar su reliquia y con ella desempolvar los recuerdos de la juventud y amontonar los recuerdos de la madurez. Su Vespa es una PO-24758: la matrícula es otro tesoro. Tiene pensado volver a montarse en ella y no descarta pasarse por concentraciones mototurísticas como la de Sanxenxo. “Con el tiempo todo se andará“, deja caer con una sonrisa. De momento, nos presta una fotografía de él montado junto a un amigo en su Vespa. Ahí está cruzado de brazos con su vieja compañera, a la que nunca puso un nombre, mirando a la cámara esbozando una leve sonrisa. No se aprecia, pero el color de la moto es verde primavera. Pronto volverá José a montarla por las carreteras de Marín. Y no descarten que cualquier día deje la moto apoyada en un trípode, empuñe una escopeta y reviente un globo. Por los viejos tiempos. Manuel Jabois (Diario de Pontevedra)."
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La Vespa de José, una moto llena de recuerdos
Aqui os dejamos, la foto y la historia titulada “La Vespa de José”, por Manuel Jabois, periodista del Diario de Pontevedra. Jabois, a través de Nacho Mirás Fole (Rabudo) nos acerca la historia de la moto y de su dueño, escrita de su puño y letra, y publicada en el periódico en el que trabaja. Gracias, Chavales!.
"La Vespa de José.
A principios de los años 60 había tres Vespas en Pardavila (Marín). Eran tres ciclomotores idénticos, de color verde primavera. La única diferencia era el potencial: la Vespa de José Crespo González fue de las primeras en tener 150 centímetros cúbicos. Entonces en Pardavila las carreteras eran caminos de tierra. “Bajas por ahí, y tú ya sabes que de joven te gusta la velocidad, tiene su cosa...”, murmura José, señalando un punto inconcreto del paisaje. Hoy, a unos pocos meses de su jubilación, José piensa desenterrar su Vespa y volver, de alguna manera, a ser joven.
Cuando tenía 16 años José Crespo González le pidió a sus padres un ciclomotor. No un ciclomotor cualquiera: se trataba de una señora Vespa. Era el año 1962 y José Crespo pronto tuvo su regalo. Costó algo más de 21.000 pesetas (“pero no llegaba a las 22.000“, matiza con una memoria prodigiosa). Fue en esa época más o menos cuando él empezó a trabajar precisamente en un taller de mecánica. “Sabía de esto y no me costó aprender a manejar la moto“. Fue ese trabajo el que finalmente desempeñaría en su vida José, pero no en tierra firme. Dos años después de tener la Vespa se embarcó a Terranova en una sala de máquinas. Y desde entonces hasta hace sólo un mes, cuando echó el ancla. Dentro de unos meses llegará la jubilación. Y entonces volverá la vista a la vieja Vespa. “Tanto tiempo después es una verdadera reliquia. La última vez que me fui embarcado ya me llevé unas piezas de la moto para prepararlas, las torneé, y ya aquí le cambiaré el motor y la pintaré. Quiero recuperarla“, cuenta. Cuando la tuvo, a principios de aquella década que volcó el siglo, había sólo dos Vespas más en Pardavila: una de otro José Crespo y una más de Ignacio (“no recuerdo el apellido“, se disculpa). Las tres eran del mismo color.
No era un asunto menor montar en Vespa entonces. “En aquella época tener aquella moto era mucho más que ahora tener un coche. Hoy todo el mundo tiene un coche: los jóvenes, me refiero. Entonces era otra cosa“. Y así fue cómo con 16 años José se montó en una Vespa. Pudo haber sido la sensación de las mujeres, pero, humilde, sonríe despacio y dice que “no soy mucho de ligar“. “Me casé pronto, con 21 años“, explica a modo de disculpa. ¿Para que se usaba entonces una Vespa? Para muchas cosas. Ir a un baile, a las fiestas del pueblo de al lado, a un recado. Además, la Vespa de José fue pionera en algunas cosas: ya incorporaba batería, y tenía luces de posición. Y corría, vaya si corría. “Cuando eres joven te gusta la velocidad, y claro. Mira esa cuesta, y para bajarla...“, comenta con deleite mirando a la ventana. Tanto la Vespa como él tuvieron sus más y sus menos en el asfalto, pero nunca, “nunca, nunca“, le dejó tirado. “Es una moto que jamás te deja tirado en una carretera. Es muy fiable. Y si pinchas, ahí tienes una rueda de repuesto“, dice con un orgullo repentino.
Aún así, hubo alguna caída que otra. “Y algún siete en un pantalón me tengo hecho“, confiesa. Cuando pasan unos minutos y la charla parece agotarse, José se levanta y trae un trofeo pequeño, un poco destartalado (“le falta la madera“): lo ganó en el año 1965 durante una gimkana motorista en Marín. “Consistía en varias pruebas: tenías que hacer un sorteo de obstáculos, pasar por un trampolín, llevar un vaso de agua de una bandeja a otra montado en la moto sin que se derrame nada y, finalmente, dejar la moto en un trípode, coger una escopeta y dispararle a un globo“. José lo hizo mejor que nadie, y se llevó un trofeo.
En pocas fechas José desenterrará su Vespa. Con 60 años él, 44 la Vespa. Al jubilarse, tendrá tiempo para recuperar su reliquia y con ella desempolvar los recuerdos de la juventud y amontonar los recuerdos de la madurez. Su Vespa es una PO-24758: la matrícula es otro tesoro. Tiene pensado volver a montarse en ella y no descarta pasarse por concentraciones mototurísticas como la de Sanxenxo. “Con el tiempo todo se andará“, deja caer con una sonrisa. De momento, nos presta una fotografía de él montado junto a un amigo en su Vespa. Ahí está cruzado de brazos con su vieja compañera, a la que nunca puso un nombre, mirando a la cámara esbozando una leve sonrisa. No se aprecia, pero el color de la moto es verde primavera. Pronto volverá José a montarla por las carreteras de Marín. Y no descarten que cualquier día deje la moto apoyada en un trípode, empuñe una escopeta y reviente un globo. Por los viejos tiempos. Manuel Jabois (Diario de Pontevedra)."
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