Durmiendo a los pies de un maizal
Subimos el Atlas y nos acercamos hasta Fez. Allí conocimos a un alemán que viajaba en furgoneta y que no tenía un duro para volver. Algo de comida le dejamos. Al despertar, buscábamos la ducha y no la encontrábamos. Resulta que el plato de la ducha era el mismo que el del cagadero, de los del agujero en el suelo, que además tenía un grifo con una manga de la que salía el agua para asearte. A estas alturas el dinero que teníamos era escaso y además se nos estaba acabando el tiempo que disponíamos para volver a casa. Tiramos hacia el norte y la última noche la pasamos en Tetuán. Al levantarnos llovía y cuando fuimos a coger la ropa de abrigo nos dimos cuenta que nos habían robado durante el viaje. El viaje se acababa, íbamos a coger el ferry y como nos quedaban algunas monedas, compramos medio pollo que dividimos en tres partes y sorteamos el ala. Y como apareció alguna moneda más, nos dimos un atracón en una heladería a base de helado, chocolate y zumos.
Entre el ¿Qué hacemos? Y el ¿A dónde vamos?, nos pusimos camino de Gibraltar. Acababan de abrir la frontera y de aquella se necesitaba pasaporte. Y aunque parezca increíble, nos perdimos, como Chicho na carballeira. Dimos vueltas y vueltas, sin encontrar la salida. Llegamos al atardecer y salimos entrada de noche de camino a Córdoba. Oscar se dormía en la moto, Xerardo cuando notaba que yo daba un cabezazo, hacía por despertarme. A todo esto, muertos de frío. Para no dormirme cantaba a viva voz, contaba estrellas… en varias ocasiones se me cerraron los ojos. Al bajarnos de las motos en Córdoba, no nos manteníamos en pie. Allí estuvimos un día y cada uno tiró por su lado. Oscar se fue en tren a Zaragoza donde estudiaba. Alfonso sin un duro y con la moto delicada, la subió a un tren. Tuvo que pedir algo de dinero, porque en casa entre el viaje y las malas notas que había sacado no estaba el horno para bollos. Como en el tren no me dejaban llevar gasolina en la moto, tuve que vaciar el depósito con una goma en una alcantarilla. No recuerdo la cantidad del billete, pero si me llega a pedir cinco pesetas más, no las tenía. Cuando creía que estaba todo ok, el de la ventanilla me dijo que faltaba la tarjetita de huérfanos de RENFE. Discutimos un rato pero yo no. Xerardo por su parte, se hizo la etapa Córdoba-Vigo de un tirón. De hecho, recuerda, que se le hizo de noche en Zamora en mitad de la nada, con el cansancio acumulado.
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Durmiendo a los pies de un maizal
Subimos el Atlas y nos acercamos hasta Fez. Allí conocimos a un alemán que viajaba en furgoneta y que no tenía un duro para volver. Algo de comida le dejamos. Al despertar, buscábamos la ducha y no la encontrábamos. Resulta que el plato de la ducha era el mismo que el del cagadero, de los del agujero en el suelo, que además tenía un grifo con una manga de la que salía el agua para asearte. A estas alturas el dinero que teníamos era escaso y además se nos estaba acabando el tiempo que disponíamos para volver a casa. Tiramos hacia el norte y la última noche la pasamos en Tetuán. Al levantarnos llovía y cuando fuimos a coger la ropa de abrigo nos dimos cuenta que nos habían robado durante el viaje. El viaje se acababa, íbamos a coger el ferry y como nos quedaban algunas monedas, compramos medio pollo que dividimos en tres partes y sorteamos el ala. Y como apareció alguna moneda más, nos dimos un atracón en una heladería a base de helado, chocolate y zumos.
Entre el ¿Qué hacemos? Y el ¿A dónde vamos?, nos pusimos camino de Gibraltar. Acababan de abrir la frontera y de aquella se necesitaba pasaporte. Y aunque parezca increíble, nos perdimos, como Chicho na carballeira. Dimos vueltas y vueltas, sin encontrar la salida. Llegamos al atardecer y salimos entrada de noche de camino a Córdoba. Oscar se dormía en la moto, Xerardo cuando notaba que yo daba un cabezazo, hacía por despertarme. A todo esto, muertos de frío. Para no dormirme cantaba a viva voz, contaba estrellas… en varias ocasiones se me cerraron los ojos. Al bajarnos de las motos en Córdoba, no nos manteníamos en pie. Allí estuvimos un día y cada uno tiró por su lado. Oscar se fue en tren a Zaragoza donde estudiaba. Alfonso sin un duro y con la moto delicada, la subió a un tren. Tuvo que pedir algo de dinero, porque en casa entre el viaje y las malas notas que había sacado no estaba el horno para bollos. Como en el tren no me dejaban llevar gasolina en la moto, tuve que vaciar el depósito con una goma en una alcantarilla. No recuerdo la cantidad del billete, pero si me llega a pedir cinco pesetas más, no las tenía. Cuando creía que estaba todo ok, el de la ventanilla me dijo que faltaba la tarjetita de huérfanos de RENFE. Discutimos un rato pero yo no. Xerardo por su parte, se hizo la etapa Córdoba-Vigo de un tirón. De hecho, recuerda, que se le hizo de noche en Zamora en mitad de la nada, con el cansancio acumulado.
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