Maxi el repartidor de la moto
Mi primer trabajo fue de aprendiz en una empresa de electricidad de la Calle Caballeros en la que estuve con mi amigo "Cardecho" durante dos años. Después comencé a trabajar en la Farmacia Central, donde permanecí 50 años, hasta que me jubilé.
Durante el tiempo que estuve en la farmacia conocí a clientes de todas clases sociales, entre ellos a los condes de Fenosa, los alcaldes de la ciudad, presidentes de la Diputación y casi todos los jugadores del Deportivo, ya que nuestro establecimiento era uno de los más populares de la ciudad.
Recuerdo que fui uno de los primeros repartidores que utilizó una moto para hacer mi trabajo, ya que iba a buscar en ella los medicamentos a Cofaga y luego los repartía.
Mi primera motocicleta fue una Lanch Ziraco (velomotor fabricado mayormente en Tolosa – Guipúzcoa y diseñado por Jaime Ocariz), que encontré de liquidación en Finanzauto, un establecimiento en la calle Juan Flórez dedicada a la venta de maquinaria. Una extraña moto de 74cc., con un tanque de gasolina inclinado, sillín de bicicleta y unas ruedas enormes. Solo tenía dos marchas y era bastante lenta. Debido a su cilindrada, tuve que sacarme el carnet de conducir motos y pedir al farmacéutico por adelantado las 5000 pesetas que costaba. Aprobé con facilidad el examen teórico. Al práctico ya me presenté con mi Lanch recién estrenada. Mis primeros repartos en moto fueron conduciendo esta moto por las calles de A Coruña.
Al poco tiempo (1965) me compré en Motos Galán, distribuidor oficial de Lambretta en aquella época, una Scooter línea LI 125 (C-36909) que me costó 20.000 pesetas, descontadas ya las 1000 en que valoraron la Lanch que les entregaba. En 1991 siguiendo las indicaciones de mi mecánico habitual, que me recomienda la compra de una Vespa 200 Iris, cuyo precio fue de 250.000 pesetas en Motos Botana, aunque yo seguía confiando plenamente en mi Lambretta. Decir que siempre las he usado para mis trabajos, recados, compras y para ir a la playa en verano con mi mujer Digna. Nunca participaba en actividades de grupo ni en salidas organizadas, que tanto había en aquellas épocas, siempre fui un espíritu libre. Hoy en día, a mis 82 años, en contra de la opinión de toda la familia, sigo conduciendo mis viejas Vespa y Lambretta, con las que recorría la ciudad cobrando recibos del OAR Ciudad y de Acción Católica, así como del establecimiento Docampo.
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Artículo y fotografías de Antonio Feijoo Martiñá.
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Maxi el repartidor de la moto
Mi primer trabajo fue de aprendiz en una empresa de electricidad de la Calle Caballeros en la que estuve con mi amigo "Cardecho" durante dos años. Después comencé a trabajar en la Farmacia Central, donde permanecí 50 años, hasta que me jubilé.
Durante el tiempo que estuve en la farmacia conocí a clientes de todas clases sociales, entre ellos a los condes de Fenosa, los alcaldes de la ciudad, presidentes de la Diputación y casi todos los jugadores del Deportivo, ya que nuestro establecimiento era uno de los más populares de la ciudad.
Recuerdo que fui uno de los primeros repartidores que utilizó una moto para hacer mi trabajo, ya que iba a buscar en ella los medicamentos a Cofaga y luego los repartía.
Mi primera motocicleta fue una Lanch Ziraco (velomotor fabricado mayormente en Tolosa – Guipúzcoa y diseñado por Jaime Ocariz), que encontré de liquidación en Finanzauto, un establecimiento en la calle Juan Flórez dedicada a la venta de maquinaria. Una extraña moto de 74cc., con un tanque de gasolina inclinado, sillín de bicicleta y unas ruedas enormes. Solo tenía dos marchas y era bastante lenta. Debido a su cilindrada, tuve que sacarme el carnet de conducir motos y pedir al farmacéutico por adelantado las 5000 pesetas que costaba. Aprobé con facilidad el examen teórico. Al práctico ya me presenté con mi Lanch recién estrenada. Mis primeros repartos en moto fueron conduciendo esta moto por las calles de A Coruña.
Al poco tiempo (1965) me compré en Motos Galán, distribuidor oficial de Lambretta en aquella época, una Scooter línea LI 125 (C-36909) que me costó 20.000 pesetas, descontadas ya las 1000 en que valoraron la Lanch que les entregaba. En 1991 siguiendo las indicaciones de mi mecánico habitual, que me recomienda la compra de una Vespa 200 Iris, cuyo precio fue de 250.000 pesetas en Motos Botana, aunque yo seguía confiando plenamente en mi Lambretta. Decir que siempre las he usado para mis trabajos, recados, compras y para ir a la playa en verano con mi mujer Digna. Nunca participaba en actividades de grupo ni en salidas organizadas, que tanto había en aquellas épocas, siempre fui un espíritu libre. Hoy en día, a mis 82 años, en contra de la opinión de toda la familia, sigo conduciendo mis viejas Vespa y Lambretta, con las que recorría la ciudad cobrando recibos del OAR Ciudad y de Acción Católica, así como del establecimiento Docampo.
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